“Ser estricto con uno mismo, y paciente con los otros”, “Vive sin miedo. Teme sólo tus debilidades”, “sólo preocúpate de vivir una buena vida” (todo lo demás en la vida, es medio para esa misión) “examina la vida y la muerte de forma racional. Memento moris (recuerda que morirás)”. Marco Aurelio, emperador romano, escribió esto en sus  “Meditaciones”. Junto con Epícteto, un esclavo que terminó siendo orador y escritor, y Séneca son los representantes más grandes de la filosofía Estoica. Filosofía que ha vuelto a estar de moda hoy en día, en autores no religiosos, que sin embargo admiran la virtud por su valor propio.

Los misioneros en China, como el P. Mateo Ricci, S.J. escribieron tratados sobre la virtud, como un vehículo para llegar a hablar luego sobre la Fe, a los chinos aún no creyentes. La virtud tiene un atractivo en sí mismo. Pero una cosa es usar la virtud como un paso hacia Dios, y el otro es apartarla de la Fe Cristiana y el amor a Dios. Tal fue el caso de George Washington; un neo estoico, sin Fe sobrenatural. En el fondo es un rechazo de Cristo. Es perfección humana, sin amor. Pero, es suficiente el estoicismo en los momentos más duros de la vida, en las tentaciones de tirarlo todo? Sin amor, la vida es un sinsentido. Sin amor a Cristo, la virtud no dura, o al menos es áspera y desabrida. Es cruz sin el Crucificado.

La santidad no es perfeccionismo. No se mide con la perfección con que hacemos las cosas. Se mide con el amor con que hacemos las cosas. Y, si hay amor, por amor se buscará hacer las cosas lo mejor que yo pueda. En el lugar y situación donde estas, haz lo que puedas, como puedas, con los medios que puedas, durante el tiempo que puedas. No lo mejor posible, si no lo mejor posible para ti. Simplemente, por que quieres hacer un buen regalo de amor. Cuántos dibujos –mamarrachos- hechos por niños están colgados en paredes de casas y oficinas y atesorados, simplemente por el amor con que fueron hechos. También Dios atesora lo que hacemos por amor a Él, y será ese nuestro tesoro en el Cielo.

El voluntarismo –creer que todo lo puedo con mi voluntad- en vez de ser positivo alentador, termina siendo asfixiante. Causa ansiedad y angustia, al ver que no alcanzo los objetivos y metas fijados. Que no satisfago las exigencias que tengo sobre mi mismo, o que pienso que esperan los demás de mí. Me veo feo ante el espejo de mi imaginación, y me duele la frustración de no ser perfecto.

El voluntarista mide todo con números, sus logros son matemáticos. Eso lo hace superficial. Por que más importa el bien que se hace dentro del otro, y que florece quizás en otro momento. Lo esencial es invisible a los ojos, decía el Principito. Y entonces no se lo puede medir, ni comparar con los demás.

Le importa el impacto visible sobre lo demás. Como si su vida fuese mercadotecnia (marketing) de sus aparentes logros. Esto nos puede llevar a vivir en un puro narcicismo.

Quiere resultados inmediatos. Por que así se lo enseñan las leyes de las probabilidades y proyección numérica. Pero la voluntad de los demás seres humanos es muy compleja y no se rige por esas leyes. Entonces vienen los fracasos, y no se estaba preparado. Y el golpe duele mucho. Se rompe el pedestal del yo. Me contaba alguien hace poco, alguien que trabajó en el MIT (Massachussets Institute of Technology, la tercer mejor universidad del mundo), que es la universidad con mayor tasa de suicidios en Estados Unidos. Confiar tanto en uno mismo lleva a la desesperación. No confiar en que puedo lograr algo, con los talentos que Dios me dio, y la ayuda de Él, también lleva a la desesperación. La virtud está en el justo medio: obrar como si todo dependiese de mí, y pedir como si todo dependiese de Dios.

Aprende a ser libre! Libre de lo que piensan sobre ti. Libre de tus exigencias autoimpuestas, que no te hacen una mejor versión de ti mismo. Por que ya ni eres tu mismo. Es tu plan, o mejor dicho lo que te impuso la sociedad que debes ser; pero no el plan que Dios tenía para tu felicidad. El plan de Dios es mucho más simple. Y nos hace sentir libres.

Qué falsa idea de Dios tenemos. La de un policía vigilándonos, la de un juez tratando de castigarnos apenas tenga una oportunidad. La de… un enemigo!… Sí, en el fondo casi pensamos eso. Y esa idea, ya nos damos cuenta de quien la puso en nuestra cabeza. El verdadero enemigo, el demonio.

Dios en cambio es un Padre cariñoso como ningún otro.  Esa es la clave: “como ningún otro”.

P. Gonzalo Viaña, MC

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