P. Sebastián Menéndez, MCLa virginidad perpetua de la Virgen María es una verdad de fe –acogida por el testimonio de los Evangelios– que la Iglesia ha manifestado clarísimamente desde el inicio del cristianismo. Los textos más antiguos siempre se refieren a ella –“María”– sencillamente como “Virgen”, o “Virgen María” o “la Virgen” o “una Virgen”, entendiéndolo como un hecho permanente.

De la misma manera como los santos Padres de la Iglesia, defendieron la pureza de María, así en nuestros días debemos de defender a nuestra Madre y también la virtud de la pureza. “La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según Dios todas las cosas” (CCE 2531). Y así lo demuestran, a imagen de la Virgen María, muchas santas mujeres que hicieron todo por defender su pureza: Santa Inés, Santa Águeda, Santa Lucía, Santa María Goretti.

Se piensa que en la actualidad la virginidad está en desuso, que es algo medieval y que no es posible ponerse a pensar en cosas tan elevadas, que “está bien para la Virgen pero no para nosotros”.

Pero la castidad no es solamente una virtud de santos o consagrados, sino un modo de vivir de todo cristiano. Todo hombre o mujer que vive la castidad de acuerdo con su estado de vida alcanza la plenitud del amor ya que la pureza le permite amar al prójimo ordenadamente, como se ama uno mismo, más aun, se prepara a amar como Jesús nos ama. Entonces vale la pena vivir castamente, ya sea en la vida consagrada, el matrimonio, el noviazgo y la viudez.

Y es precisamente desde la adolescencia que se debe tener un cuidado especial en enseñar a nuestros hijos el valor de la pureza, pues la pureza encauza la sexualidad al amor verdadero.

Recemos para que nuestros hijos defiendan con valor su virginidad en contra de la presión de los medios, de los amigos o dentro del mismo noviazgo, pues quien vive en castidad hoy es rechazado y tratado como mojigato, enfermo o incapacitado.

Que aprendan que el amor verdadero crece no por centrarse en el placer o en la propia satisfacción, sino por compartir vivencias y conversaciones más profundas.

Que precisamente vivir la pureza los lleva a fortalecerse en la tentación, a ser pacientes, a respetar la dignidad humana, a aspirar a un amor más puro y sublime.

Y la castidad así vivida halla en la Virgen María su modelo sublime que está motivada por la plena adhesión a Dios. La misma Virgen María, inspirada por el Espíritu Santo, desde muy niña se había comprometido libremente a una vida virginal entregada al Señor.

La virginidad de María tiene un mensaje de progreso moral y social extraordinario, pues el sí de María es como un rayo de luz potente que ilumina dos virtudes que ahora están en peligro pero son la clave para vivir la pureza y son: la libertad y el amor. Pues quien es verdaderamente libre no vive sujeto a sus pasiones y es capaz de entregarse a un amor más puro.

Animados por tan grandes ideales, llevemos a nuestros hijos –y nosotros mismos– a tener una gran devoción por María Santísima y su pureza de cuerpo y alma.