P. Leonardo González, MC

Comenzamos a acercarnos a la Solemnidad de Pentecostés. Pentecostés (del griego pentēkostḗ ‘quincuagésimo’) es el término con el que se define la Solemnidad o fiesta del quincuagésimo día del tiempo de Pascua. Se trata de una festividad que pone término a ese tiempo litúrgico, y que configura la culminación solemne de la misma Pascua.

Como sabemos, durante Pentecostés se celebra la venida del Espíritu Santo y el inicio de las visibles actividades de la Iglesia. Por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En el calendario litúrgico católico es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad.

Como preparación espiritual a nuestro Pentecostés, citemos un famoso texto de un Padre de la Iglesia. Se trata de San Basilio Magno, que es Doctor de la Iglesia, monje que dedicó gran parte de su predicación a defender la divinidad del Espíritu Santo.

Sus palabras tienen para nosotros gran autoridad. En su famoso Tratado sobre el Espíritu Santo, leemos lo siguiente:

“¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina?

Ya que es llamado ‘Espíritu de Dios’ y ‘Espíritu de verdad que procede del Padre’; ‘Espíritu firme’, ‘Espíritu generoso’, ‘Espíritu Santo’ son sus apelativos propios y peculiares.

Hacia Él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y Su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda a alcanzar su fin propio y natural.

Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad.

Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica [a todos] ni con la misma plenitud [a todos], sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe [de cada uno].

[El Espíritu Santo es] Simple en su esencia y variado en sus dones. Está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes.

Se reparte sin sufrir división, deja que participen en Él, pero Él permanece íntegro, a semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de Él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar. Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo Él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa; todos disfrutan de Él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que Él podría darse.

Por Él los corazones se elevan a lo alto; por su mano son conducidos los débiles; por Él los que caminan hacia la virtud llegan a la perfección. Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.

Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás.

De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia [ciencia] de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios”.

Queda clara en este texto la importancia del Espíritu Santo para la vida de la gracia a nivel personal. Es que todo el movimiento de la gracia le es bien propio. Por eso a modo de ejemplo, recordemos tres afirmaciones suyas:

“Hacia Él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación”.

“Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales”.

“De esta comunión con el Espíritu procede… de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios”.

Comencemos a prepararnos muy bien para la celebración de Pentecostés. Lo más importante es esa preparación interior para dejar que realmente haga Él los cambios necesarios en nuestra alma.